martes, 7 de noviembre de 2017

Noventa días - Parte I: El clima

Al cruzar la frontera chilena, todo inmigrante legal recibe una boleta expedida por la PDI (Policía De Investigaciones). En ella aparecen tus datos personales -nombre, número de pasaporte, oficio- y además, tus datos como inmigrante. Entre estos, el más importante, tu tiempo de estadía como turista, si entraste bajo esta etiqueta. Poco para algunos, mucho para otros, este tiempo se limita a noventa días. La cifra que enmarca el inicio de la nueva vida de un inmigrante en Chile.

Desde que se te entrega este famoso "ticket de la PDI", tienes noventa días para estabilizar tu situación en el país, si es tu intención establecerte laboral, académica o domésticamente. Hay que comenzar desde cero. Adaptarse al clima, a las normas, a los regionalismos. Adaptarse, sencillamente. La regla de oro de quien deja su patria y decide radicarse en cualquier otro país es muy simple: Adáptate al entorno; no esperes que este se adapte a ti. Nada de "pero en mi país se hace de otra manera", nada de "ay, que feo habla esta gente", nada de "yo lo hago así porque siempre lo he hecho así". Eres tú el nuevo en el lugar, que se ha desarrollado de una manera única por mucho tiempo. Tú te integras a este nuevo lugar aprendiendo, aceptando y practicando sus normas y modos de proceder. Para nosotros, los venezolanos, implicará entender, en el caso chileno, que la ciudadanía no es una característica opcional para moverse por las calles. Es una obligación. Y si eres de los que tenían colgada al cuello la "viveza criolla" como un mantra cotidiano, me temo que el proceso de adaptación te costará más.

A continuación, haré un breve resumen de mi experiencia durante mis primeros noventa días en Chile, específicamente, en la ciudad de Los Ángeles, región del Biobío, más a manera anecdótica que pedagógica. Comenzando por...

El clima

Aunque parezca superfluo este punto, la verdad es que fue el clima el primer reto que tuvimos que enfrentar. Desde que pasamos por la oficina de la PDI en el puesto fronterizo de Chungará, en la región de Arica y Parinacota, el frío se hizo presente. Recuerdo, en este punto, que nosotros llegamos el 23 de mayo, es decir, en pleno otoño. En esta temporada ya comienza a sentirse el frío. Un frío que ningún venezolano habrá experimentado en su país, ni siquiera en Mérida o Táchira. Al descender del bus, en Chungará, la temperatura rondaba los 4º.  Esta baja del termómetro se debía a la época del año, la altitud de la cordillera andina y la hora del día. Cuando pasamos la frontera, ya casi caía la noche. Era alrededor de las 18.00. Nuestras chaquetas y suéteres, guantes y pasamontañas quedaron minimizados ante la tarea que tenían por delante. Apenas si nos protegían del frío. Aquella noche en el bus fue una noche helada, pero nada que ver con lo que nos esperaba más adelante.

Las más de 24 horas que tardó el trayecto entre Arica y Parinacota y Biobío fueron muy frías. Atravesamos un desierto con vaho saliendo de nuestras bocas. El terminal de buses de Santiago parecía una nevera gigantesca. Pero todo eso quedó como poca cosa al llegar la noche del jueves 25 de mayo. Llegamos al terminal de buses de Los Ángeles, alrededor de las 19.00, con una espesa niebla rodeándonos. La temperatura debía estar entre los 5º y los 7º celsius. Nos calentamos como pudimos, primero en el taxi que nos llevó hasta la casa de mi primo, y luego en la sala de su casa. Aun recuerdo nuestra primera noche como la noche más fría que jamás haya vivido, tratando de dormir con la ropa inadecuada entre cobijas que resultaban insuficientes para la gelidez que nos envolvía. Mucho nos costó llegar a dormir, y a cada rato nos despertábamos entre temblores y revuelos de sábanas. Al llegar la madrugada, la temperatura seguía bajando. Estábamos bajo el cero. Y no había el menor indicio de que mejorara.

Con todos los suéteres puestos
Ese día supimos que el clima sería nuestro primer obstáculo a vencer. Salir a buscar empleo en esas condiciones eran tan desmoralizador como ineficaz. Al abandonar la casa de mi primo, rumbo al centro, alrededor de las 10.00, nos sorprendimos de ver charcos escarchados en el callejón, el césped congelado frente a las casas y un sol pálido fracasando en su intento de calentar este rincón de la tierra. Y lo mejor de todo, era que este apenas era el otoño. El invierno distaba a varias semanas de llegar. El panorama perfecto de Ned Stark.

Mi recomendación para los futuros viajeros sería que evitaran desplazarse durante los meses de otoño e invierno, es decir, entre abril y septiembre. Es cuando la temperatura más inclemente se mostrará. La época ideal es entre primavera y verano -de septiembre a marzo. Si no les queda otra que viajar durante las estaciones más frías del año, es importante conseguir rápidamente, o traer de antemano, vestimenta polar, es decir, que esté recubierta internamente de tela polar, que es sumamente eficaz para mantener el calor corporal. Uno o dos polerones térmicos, bufandas gruesas, pasamontañas de lana, guantes, calcetines gruesos y ropa interior térmica son prendas indispensables. Las botas y zapatos cerrados son la mejor opción. Nada de Converse o calzado de tela. Los pies son los primeros en sufrir con el clima. Unos pies helados son un castigo difícil de imaginar viniendo de un país tropical.

Algo importante a considerar es durante esta época es común usar de tres a cuatro capas de ropa. Entre la ropa interior y la ropa usual se debe utilizar una capa de ropa térmica. Una calza ajustada y una polera térmica manga larga garantizan un abrigo durante el día. Y también durante la noche. En este punto cuento, con algo de vergüenza, que llegué a utilizar el único conjunto de ropa térmica que pude pagarme durante esos primeros días hasta siete días seguidos. Día y noche. Solo me la quitaba para ducharme. Por supuesto, no emitía ninguna pestilencia -hasta cierta distancia- pero solo sintiendo el frío que llegué a sentir podrían entenderme.

Para nosotros, los tropicales, para quienes la ducha representa un momento refrescante del día a día, es raro pensar que alguien pueda pasar varios días sin bañarse. Pero es así. Sí ocurre. Sobre todo cuando el agua caliente es limitada, o se acaba el gas a la mitad del baño. Yo llegué a pasar varios días así. Sí, lo admito. Y conocí a una señora que se enorgullecía de declararnos que llevaba una semana sin bañarse. Si bien antes podíamos haber salido corriendo de su presencia, no pudimos más que entenderla y compadecerla entonces. Todo lo relacionado con el trato con agua se vuelve una pesadilla. Desde lavarse los dientes hasta lavar los platos sucios. Y si hay un momento que pone a prueba el temple de cualquier inmigrante recién llegado, es el momento de posar las nalgas sobre ese bloque de hielo al que solíamos llamar poceta. Durante todo el invierno, ese es el acto más temido del día.

Para dormir, es importante usar un edredón grueso más uno o dos cobertores térmicos. Además, una colcha para calentar los pies. El uso de la estufa es algo nuevo para uno también. Este aparatito, tan extraño al principio, se convierte en nuestro mejor amigo. Rápidamente, la necesidad hace que la estufa se vuelva tan familiar como lo fue alguna vez el budare y el rastrillo.

Durante mis primeros noventa días, me dio tiempo de adaptarme a la nueva realidad meteorológica. Actualmente, un día de 12º es un buen día. Estar pendiente del reporte del tiempo es un hábito diario. Solo así uno sabe si salir o no con paraguas, porque mojarse con la lluvia definitivamente no es una opción; si llevar un polerón, porque andar con los brazos descubiertos en una tarde venteada es de lo peor; si es posible salir con la cabeza descubierta o tapado hasta las orejas con una bufanda. Es una realidad tan conocida y a la vez tan exótica, que uno no puede sino sonreír con indulgencia cuando todos hablan con terror de un verano próximo que promete 30º.

Continuaré próximamente con un punto más importante: la búsqueda de empleo.

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Facebook José Daniel Alvarado

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